
Sus padres querían dedicarlo al sacerdocio, lo que él en su primera infancia aceptó de muy buena gana; de ahí que existan tantas referencias bíblicas y litúrgicas en sus primeros poemas. Sus estudios primarios los realiza en el Centro Escolar No. 271 del mismo Santiago de Chuco, pero desde abril de 1905 hasta 1909 estudia la secundaria en el Colegio Nacional San Nicolás de Huamachuco.
En 1910 se matricula en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Trujillo, pero debido a la carencia económica retorna a su pueblo, con el propósito de trabajar y ahorrar para continuar sus estudios. Apoya a su padre en sus tareas de gobernador y abogado y participa con los trabajadores de las minas de Quiruvilca, lo que recordará más adelante en su novela "El Tungsteno".
En 1911 viaja a Lima para matricularse en la Escuela de Medicina de San Fernando, pero nuevamente abandona el claustro universitario por razones económicas o tal vez por desilusionarse de dicha carrera. Consigue un empleo de preceptor privado de los hijos de un rico hacendado de Acobamba (Junín), trabajo en el que permaneció durante siete meses. Luego regresa a Trujillo, y en 1912 consigue un modesto empleo como ayudante de cajero en la hacienda azucarera “Roma”, en el valle de Chicama.
En 1913 retorna a Trujillo a retomar sus estudios universitarios en Letras. A fin de costearse sus estudios, trabaja como preceptor en el Centro Escolar de Varones Nº 241 y como profesor del primer año de primaria en el Colegio Nacional de San Juan, donde tuvo como pequeño alumno al novelista Ciro Alegría. El 22 de septiembre de 1915 se gradúa de Bachiller en Letras con su tesis "El romanticismo en la poesía castellana"
De todo esto yo soy el único que parte.
De este banco me voy,
de mis calzonesde mi gran situación, de mis acciones,
de mi número hendido parte a parte,de todo esto yo soy el único que parte.
De los Campos Elíseos o al dar la vueltala extraña
callejuela de la Luna,mi defunción se va, parte mi cuna,y rodeada
de gente, sola, suelta,mi semejanza humana dase vueltay despacha sus sombras una a una.
Y me alejo de todo, porque todose queda para
hacer la coartada:mi zapato, su ojal, también su lodoy
hasta el doblez del codode mi propia camisa abotonada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!Golpes como del odio de Dios;
como si ante ellos,la resaca de todo lo sufridose empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscurasen el rostro más
fiero y en el lomo más fuerte.Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;o los heraldos
negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,de alguna fe adorable
que el Destino blasfema.Esos golpes sangrientos son las crepitacionesde
algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre...pobre! Vuelve los ojos, comocuando
por sobre el hombro nos llama una palmada;vuelve los ojos locos, y todo lo
vividose empoza, como charco de culpa, en la mirada.Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

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